Crónica RESURRECTION FEST 2022: El final del silencio en los escenarios de Viveiro

Tras prácticamente dos meses, toca hacer recapitulación. Han pasado suficientes días desde que el Resurrection Fest comenzó como para que la resaca emocional -que nos dejó el viaje de vuelta y los días consecutivos- se haya disipado. Ahora, toda esa sensación que nos dejó ese cierre del evento encarnado en las actuaciones de Enforced o My Sleeping Karma ha pasado de ser un “ojalá volver a esos días de verano” para convertirse en un “a ver que vemos en la próxima edición”.

Tras dos años con la maquinaria detenida, 2022 ha sido la vuelta a los escenarios de Viveiro, un pequeño pueblecito de Lugo que echaba de menos a la marabunta negra de ‘heavys’ que llenaba de vida -y de música- cada rincón del municipio gallego. Esta edición, en la que el festival “resucitaba” de un largo letargo pandémico, ha querido abarcar un poquito más que las anteriores acogiendo, nada más y nada menos, que a 120 bandas durante cinco días (29 jun 2022 – 3 jul 2022). Y es que, tras tanto esperar, las ganas que todos teníamos de festival exigían un evento un poco más largo de lo normal que pudiera recoger toda esa frustración que el Covid había dejado tras su paso.

140.000 personas -según fuentes oficiales del festival- llenaron el recinto para esta complicada decimoquinta (+2) edición cuyo cartel “sangró” varias cancelaciones hasta el último día del evento. Con algunos asistentes más contentos que otros, el festival consiguió cerrar con una buena sensación final basada en reencuentros, buena música y un ambiente insuperable. Eso sí, un cierre pasado por agua, que no se olviden las costumbres gallegas.

Un cementerio de velas blancas en vasos rojos se plantaba en el Resucamp en nombre de los grupos que, lamentablemente -según fuentes del festival- por motivos ajenos a la organización del evento, lanzaban un triste comunicado despidiéndose de su actuación en el pueblo gallego. Hablamos de los nostálgicos Avenged Sevenfold, los aclamados System of a Down, y, sobre todo, los que nos dejaron con el corazón roto y el chándal en la tienda de campaña, el nu metal de Korn. O como se decía por allí: “Korn’t”. Tampoco nos olvidamos de la caída de Amenra, que “solucionó” -entiéndase la ironía- el solape entre la banda belga y Celeste, que tanto nos dolía a algunos. Así como Spirit Box, Rise of the Northstar, Madball, Sylosis entre otros. Un minuto de silencio enmarcado bajo el hashtag “#Resucaídos” y que ojalá para futuras ediciones se pueda leer escrito un “#Resucitados” en su lugar. 

Entre 9 y 10 horas nos costó llegar desde tierras mañas a la otra esquina del país. Como siempre, intentando conciliar el sueño en una posición que muchos fisioterapeutas desaconsejarían en los asientos de la entrañable compañía de autobuses Divertis. Subirse a morir a estos buses ya es todo un clásico. Por otro lado, que no quede en vano el trabajo de los conductores de la compañía que recorren cientos de kilómetros para hacer posible que personas de casi toda España lleguemos al festival y, que en los tiempos muertos del viaje, te ofrecen una entrañable conversación sobre su experiencia conduciendo hacia Viveiro.

Una vez “aterrizados” en Galicia, comienza lo bueno. Nos perdimos la warm up, un gran dolor que se materializó en no poder gritar a pleno pulmón “Shove it” la noche anterior. No pasa nada, quedaban cuatro días más de pura intensidad. Spoiler: tanta intensidad que acabaron mis Converse rotas, varios morados en los brazos y  un dolor de pies que duró varios días, lo equivalente a haberlo pasado demasiado bien. Y es que la experiencia “festivalera” te abría las puertas ya a la una y media de la tarde y toda la actividad continuaba hasta pasadas las tres de la mañana que el recinto cerraba sus puertas a los valientes que, tras tanto moshear, aún seguían en pie. Una dosis de catorce horas diarias de “Resu” a nuestra disposición.

Al entrar al recinto, fue como volver a 2019 otra vez y saber que emociones fuertes estaban por venir. Eso sí, había cambios. El escenario “Desert” había ocupado el lugar del “Chaos”, por lo que para ir a escuchar hardcore había que caminar un poco más. La zona de market había desaparecido, cosa que nos dolió bastante a aquellos que aprovechabamos la ocasión para llenar nuestro armario de merch -y ahorrarnos los gastos de envío de Impericon o EMP.- Así como otros puestos que se colocaban en la entrada del festival también habían desaparecido, haciendo de esa zona en la que se concentraba mucha actividad otros años, un espacio algo más triste. Estos no fueron los únicos cambios, a los “hardcoretas” les tocó cambiar de bebida, el Monster se sustituyó por Red Bull y la comida ahora se pagaba con tokens. Eso sí, la Estrella Galicia permaneció imperturbable, si cae la Estrella, ahí sí que se lía. A pesar de que no pudimos disfrutar de una zona de market, el puesto de “merch oficial” continuó en su sitio y algunos pecamos de llevarnos algunos recuerditos de nuestras bandas favoritas. La consecuencia de la falta de otra zona de compra fue que adquirir una camiseta este año se hizo una tarea algo más agobiante por las largas colas que se formaban en torno al puesto.

Pasando por encima los cambios, volver a pisar la tierra arenosa que se forma en frente del “Main Stage” era algo que muchos llevábamos esperando con especial ilusión. Nunca antes habíamos deseado tanto volver a acabar sucios del polvo que se levanta en la zona del moshpit, o de tirarnos en el espacio de césped a escuchar un bolo acompañados de buena comida y compañía. Y es que al final el Resurrection Fest, va más allá de la música, integra muchas emociones entre las vallas del recinto. Se trata de un lugar de encuentro para muchos fans del género que en nuestro día a día nos separa la distancia. Viajar a Galicia es saber que vamos a ver a nuestros amigos andaluces, que nos vamos a encontrar con “mutuals” vascos, que vamos a compartir una pizza con colegas catalanes o que vamos a acabar en primera fila con nuestros apreciados gallegos. Todo ello se suma a la experiencia.

Sin embargo es innegable señalar que este año todo ha resultado algo más caótico que en anteriores ediciones. La comunicación por parte de la organización con la audiencia respecto a los cambios en el festival podría haber sido mejor así como la gestión de los problemas entre el solape de algunas bandas de diferentes escenarios, como sucedió con Angelus Apatrida. Muchos de los “puntos flacos” que ha podido tener esta edición son, seguramente, consecuencia de que este año ha sido un Resu post-pandemia y se nota. La incertidumbre seguía aún ahí y muchas bandas que cancelaban sus actuaciones era precisamente debido a problemas con los vuelos o contagios. A su vez se le suma, quizás, la falta de un presupuesto mayor debido a las pérdidas en estos años pandémicos y por ende una subida en los precios de la comida y bebida en el recinto además de la ausencia de algunos elementos presentes en las anteriores ediciones como hemos comentado que fue el market. Asimismo, el sonido en algunos momentos también fue mejorable. La mayoría de los escenarios pecaban de un exceso de graves, llegando a saturar en varias ocasiones. En Celeste, por ejemplo, costaba diferenciar bien a la guitarra, y el doble bombo sonaba sin definición alguna. También sucedió con los grandes, en Opeth las guitarras sonaban algo débiles, y en Gojira se notaba también un ligero exceso de graves. Todo esto si nos queremos poner técnicos y meticulosos, claro.

No obstante, el Resu, Resurrection Fest o R3$u -si no quieres que te encuentre su entregado CM en Twitter- sigue siendo una experiencia cautivadora, que pese a que este año ha tenido algunos “peros”, consigue que su audiencia se lo pase en grande. Todo ello, además, ha sido posible gracias a un personal impecable, desde los seguratas que nos cogían cuando haciamos crowsufing, los camareros que nos servían las bebidas así como el personal de limpieza. 

Este festival puede considerarse verdaderamente afortunado por el público tan fiel que posee y que cada año vuelve a llenar de vida al pueblo lucense. Desde el “señor sandía” hasta el mismísimo “Yisus”, entre otros personajes del festival, volvemos cada año a disfrutar de la música en el precioso paraje que alberga Viveiro.

Y es que esta edición, mejor o peor, ha dejado momentos memorables para la historia del festival, desde gritarle “Miguelito” a Mikael Akerfeldt , el discurso antifascista de Rise Against, el público disfrazado de Electric Callboy, la imponente moto de  Rob Halford, las graciosas tarjetas del batería de Gojira, el cantante de Deadly Apples destruyendo el escenario o el lanzallamas de Sabatón. Momentos como estos pesan mucho más. Es por ello que el balance es positivo, y estoy segura de que la próxima edición conseguirá solventar muchos de los percances sufridos en esta, en un año mucho más alejado del virus y con mucho que aprender de esta edición, y, sobre todo, con la motivación de hacer brillar a Viveiro durante otro verano más.

¡Nos vemos el año que viene!

Redacción y fotografías: Paula Giral

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