De un tiempo a esta parte y con la vuelta poco a poco a una nueva normalidad, venimos comprobando también una nueva realidad en cuanto a la programación de conciertos de rock y metal ubicados habitualmente en algunos centros cívicos con una reducción drástica de los mismos. Con esto la agenda cultural en cuanto al rock duro de esta ciudad se ha reducido únicamente a la programación de las salas privadas, y no es esta la cuestión y no las vamos a desmerecer, gracias a algunas de estas salas se siguen organizando conciertos de rock y metal y se puede seguir manteniendo una agenda, pero… ¿hasta cuándo deberíamos consentir esta situación?
No debería hacer falta decir que el rock duro y el metal ha tenido un gran peso durante muchos años y ha sido parte importante en Zaragoza, motivo de visita durante mucho tiempo por visitantes de toda la geografía nacional. No debería hacer falta decir, pero hoy se tiene que recordar.
Con esta nueva situación estos géneros están siendo veladamente relegados y en ocasiones boicoteados desde diferentes ámbitos públicos. Es una pena mirar a tu alrededor y ver como espacios públicos como los centros cívicos pagados con dinero público y con inversiones en equipamiento de miles de euros difunden una programación que se ha convertido en paupérrima y reducida a la mínima expresión. Salas referentes durante casi dos décadas no solo a nivel local, sino incluso a nivel nacional, se han reducido a cenizas, como el Cívico Delicias, que llegó a ser uno de los espacios con más diversidad de actos y conciertos de múltiples estilos, motivo de orgullo como ciudadanos y envidia de otras grandes ciudades.
Por otro lado, están los Centros Cívicos que históricamente no han hecho prácticamente nada (C.C Universidad), más conocido como el edificio anexo a bomberos o los que directamente y sin caérseles la cara de vergüenza llaman “gentuza” y proclaman que el rock duro y el metal no es bienvenido (C.C La Almozara). Este tipo de personas se definen a sí mismas con esta clase de comentarios. Estas personas son encargados/as de gestionar la cultura en cualquiera de sus géneros, pero lo que deberían hacer es estar en su casa como en los dos últimos años, eso sí, sin cobrar.
La situación de los últimos 2 años se convierte en una vergüenza y ya no vamos a entrar en la imagen que está dando la ciudad de cara al exterior…
Que personas con poca aptitud y con una cultura cuestionable estén al frente de algunos de estos espacios públicos, por supuesto no son todos, y decidiendo según sus gustos personales y lo peor de todo, con unos prejuicios denunciables, la programación o no en sus centros es vergonzante.
En un país donde la mediocridad se ha convertido en algo tan normal tampoco nos puede extrañar la capacitación de algunas de estas personas al cargo de gestionar la cultura en esta ciudad. A todo esto, se une las facilidades y apoyo de una presunta “organización” llamada Zaragoza Cultura cuya línea de actuación es o debería ser, cultura inclusiva, diversa, una cultura de apoyo a propuestas de diferentes formatos, una cultura comprometida y accesible, una cultura renovadora… Nada más lejos de la realidad, son estos “expertos” quien deciden las subvenciones y permiten la realización de según que actos. Esto más bien parece el cortijo de unos pocos, amigos de sus amigos y que casualmente viven de esto, quienes se llevan siempre el gato al agua, escondidos por supuesto entre montañas de burocracia. Nada de esto sorprende cuando la concejal de cultura del Ayuntamiento de Zaragoza compara un concierto con un botellón…
Da rabia e impotencia mirar a otras ciudades y sus diferentes administraciones y ver como han apostado por el rock y el metal. Cartagena, junio de 2022, 40.000 personas visitaron la ciudad dejando unos ingresos de 15 millones en solo tres días y ningún, repito, ningún problema. Podemos seguir dando ejemplos: Viveiro, Barcelona, Zamora, Fuengirola y festivales más pequeños incluso gratuitos como el Rock Arena de Alicante, el Zurbarán Rock en Burgos o el Ripollet Rock en Ripollet (Barcelona) y podríamos seguir… Todas ellas con el apoyo máximo de sus instituciones.
Y luego tenemos Zaragoza, situada estratégicamente entre las principales ciudades del país que parece ser que esto no va con ella.
Tras la pandemia otras ciudades sin la posición estratégica de Zaragoza están viviendo una explosión cultural, en cambio, Zaragoza ha sido relegada a la mínima expresión y ha desaparecido de las giras internacionales de la mayoría de las bandas de hard rock y metal.
Programaciones de asociaciones culturales abocadas al ostracismo se enfrentan continuamente ante la negativa de estos centros. Una actividad que después de pandemia se ha convertido en prácticamente nula. Quizás les gustaría alargar ese confort que se vivió por culpa de la pandemia. Está claro que esto es una situación inadmisible y no se debería alargar más.
La cuestión principal de lo expuesto no son los grandes eventos, pero si la lamentable dejadez y la infrautilización de los cívicos y espacios públicos destinados al disfrute de la gente de esta ciudad, y vuelvo a recordar, envidiados en otras ciudades con unas instalaciones mayúsculas y destinados a dar visibilidad a la cultura. A toda la cultura.
La música es cultura en cualquiera de sus vertientes y el rock duro y el metal lo son también señores/as.
La pena es que esto lleva así muchísimos años, no lo de los centros cívicos, pero si lo de Zaragoza cultural.
Para las autoridades y la prensa local el rock no existe. Sistemáticamente publicaban paginas del Heraldo a grupos que iban a tocar en la lata de bombillas aunque ese día hubiese un mosters of rock en zaragoza y abriese un grupo local.
Y así ha seguido, las bandas locales ignoradas, los grandes festivales desaparecidos y buenos conciertos solo gracias a la labor de unos pocos promotores y unas muy pocas salas.
Como nota positiva el 2 de septiembre se celebra el San José metal, con 4 bandas locales, algunos músicos muy veteranos, y creo que la entrada es gratuita